1.4.07

Lo más lindo de Caracas

El martes nos levantamos temprano pero salimos tarde porque con tanta arepa y comida frita el Tin se amaneció con una patadón al hígado. Afortunadamente teníamos un botoquín equipadazo que tan gentilmente nos cedió la dupla mamá y papá Pereyra para nuestra travesía. Un alikal y 20 gotas de Sertal + 1 hora extra de sueño y salimos de paseo con un Tin bastante entero derecho al museo de arte contemporáneo. La guía dice que es el mejor de Venezuela y quizás de sudamérica y no se equivocaba. Son 11 salas en 5 pisos, con entrada gratuita, que no tienen desperdicio.



Pintura, escultura, instalaciones, video-arte, multimedia; de primer nivel. Terminando el recorrido nos topamos con dos artistas (Vicent-Feria) la primera francesa, el otro venezolano que tienen expuesto un proyecto increible sobre el año polar, que nos llenaron de ganas de hacer un viajecito a la Antártida. Nos esperan en Paris cuando queramos, quieren que hagamos cosas multinacionales juntos (dataso para la hornallas!!!). BÁRBARO en neón intentaba reflejar su sentimiento hacia la argentina, país con el que quedaron fascinados y con ganas de volver pronto.



Después de comer, Nacha nos buscó y nos fuimos a pasear a El hatillo, un pueblito del siglo XV, asentamiento original de haitianos. El lugar donde nos buscó era el Ateneo, un centro de espectáculos que está al lado del museo y dentro del parque de las artes y junto a otros museos más que ya volveremos a ver. El panorama era peculiar ya que se ve que habían dos espectáculos próximos a empezar, uno heavy metal y otro para chicos. Así que era una ensaladsa de roqueros pesados vestidos dark y chicos; todos entre medio de un mar de artesanos bien hippones con sus trabajos expuestos en el suelo.

El Hatillo resultó ser lo más cuqui de lo cuqui. Como bien uno puede imaginarse de un pueblo de haitianos, lo que sobra son los colores. Una casa roja, otra azul, al lado una violeta y otra verde; muchos negocios chiquitos que ofrecen cocina étnica, fresas con crema, pasteles, objetos de diseño y de arte. Es de esos lugares para caminar relajado y sin apuros por las callecitas, meterse en donde a uno le de la gana y seguir así medio sin rumbo. Al fondo, sobre la montaña se ve un conglomerado de casitas de ladrillo bloque, apiladas unas sobre otras. Se parece mucho visualmente a una fabella y es el sector más humilde del pueblo.

Doblamos en una esquina y nos topamos con un trío de músicos locales transitando la tercera edad que cantaban animadamente al ritmo de un cuarto (especie de guitarrita de 4 cuerdas) y dos maracas. La música, alegre y contagiosa; los músicos, lo más tierno que existe. Uno, mulato de pelo blanco, otro blanco, muy flaquito y además viscocho; el tercero, negro y con una cadencia en los hombros que te dejaban sin aliento. Nos quedamos un rato disfrutándolos. El vizco nos dedicó una canción que iba inventando mientras cantaba y nos fuimos chochos tras supremo especáculo.

De regreso, paseamos por Las Mercedes, un barrio donde está la movida nocturna; lleno de bares y restaurantes y cenamos junto a la familia Nacha Ramirez completa en un bar de la zona. De vuelta al hostel nos quedamos charlando con un francés y un suizo, intercambiando datos; porque eso es lo bueno de los hostels, que hay gente que ya fue a donde vos querés ir y quiere ir a donde vos ya fuiste.

Balance: Caracas me encantó, me pareció una ciudad llena de vida y de cosas para hacer. Me llamó la atención la cantidad de murales y de arte urbano que hay desperdigado por todos los rincones; la enormidad de los edificios porque acá si se hacén edificios se los hace en serio!

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